El viajero sedentario by Rafael Chirbes

El viajero sedentario by Rafael Chirbes

autor:Rafael Chirbes [Chirbes, Rafael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 2004-01-01T00:00:00+00:00


NIZA. LA INVENCIÓN DEL PAISAJE

(Julio de 1997)

La Bahía de los Ángeles (Baie des Anges, se llama en francés, y así tituló Max Gallo el primer tomo de su trilogía novelesca nizarda) es muy hermosa. En estos primeros días de primavera, el mar tiene un precioso color verde y frota la grava de las orillas, al pie de las elegantes terrazas que las brigadas de obreros empiezan a instalar en abril y permanecerán abiertas durante toda la temporada de verano, poniéndole una nota de privacidad a la playa. En el perfil de la bahía se suceden los edificios lujosos (en los últimos tiempos han desaparecido buena parte de las villas); y las palmeras que, con sus exóticos penachos, parecen llevarse la ciudad en dirección al sur y situarla bastantes kilómetros más abajo, en la otra orilla del mar. Niza es el sur. No solo el sur de Francia, sino una cuidada estampa de lo que Europa —y muy especialmente la Europa anglosajona— ha pintado en su imaginario como materialización de ese concepto. En Niza, los altos troncos de las diversas variedades de palmáceas conviven en los jardines públicos y privados con araucarias, ficus, buganvillas, rosales, glicinias, limoneros, madreselvas y jazmines. Uno baja caminando desde los altos de Cimiez, y entre los edificios recargados de la belle époque, o entre los que poco a poco van sustituyéndolos (menos recargados, menos imaginativos, pero, con frecuencia, no menos lujosos y siempre aislados por complejos sistemas de seguridad), va encontrándose con pedazos de un cálido jardín botánico que, sin embargo, crece en lugares desde donde puede contemplarse como un cercano telón de fondo la imponente barrera de los Alpes completamente cubierta de nieve. En primavera, la ciudad huele a azahar y a otros perfumes sensuales que provienen de árboles que uno imagina remotos, o de plantas trepadoras que más bien podrían crecer en algún rincón tropical. Naranjos, algarrobos y olivos salpican las colinas, y unas veces forman parte de los jardines y otras de explotaciones agrícolas, aunque para encontrar estas últimas haya que alejarse cada vez más hacia el interior de la comarca.

La vieja ciudad de Niza se extiende al pie del castillo y su origen fue una fortaleza griega, procediendo el topónimo de la palabra nikei, que en griego significa «victoria», una fortaleza que servía como referencia a la que se levantaba, como contrapunto frente a ella, al otro lado de la bahía, en el lugar que ahora ocupa la población de Antibes (anti-urbes). De la primitiva fortaleza sobreviven algunas ruinas entre los árboles en la elevada bastida que vigila la Baie des Anges y también la rada del pequeño puerto que queda del lado del este, y que hoy está casi en exclusiva ocupado por embarcaciones de recreo. Niza formaba parte de una red de ciudades baluarte, nidos de piratas, como lo fue —y a su manera sigue siéndolo— el Montecarlo de los Grimaldi, y no perteneció a Francia hasta mediados del siglo XIX; quizá de ahí su carácter particular, en algunos rasgos, provenzal; en otros, saboyardo, o genovés, o lombardo.



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